2 de septiembre de 2009

El loco de la bicicleta


H
arto ya de estar harto, y con mi característica impulsividad, hoy me compré una bici. Nada de andar averiguando precios, ni nada. Entré, pregunté, la ví, me gustó y el "me la llevo andando" fué mi confirmación de la transacción.
El tema venía así: yo suelo usar mi auto. Me es cómodo, pero -en el forndo- me queda la culpa por la complicidad con la contaminación sonora, del aire, y la invasión del espacio. Porque no hago pool, no llevo a nadie. Soy una persona dentro de un cascarón abultado, ruidoso, rápido y furioso. Pero, el destino nos presenta situaciones que nos ayudan a tomar decisiones postergadas. Días atrás, para el feriado del 17, se me cortó una correa. Con la dirección pesada y la batería sin cargar no podía andar. Lo dejé frente al edificio y me dispuse a usar el colectivo. Por cuestiones propias a mi dejadez, sumada a unas semanas demasiado complicadas en el trabajo y el poco afecto que me queda hacia la cucaracha azulada, el carromato sigue ahí durmiendo su siesta a la intemperie, juntando polvo.
Pero el bondi no me es cómodo. Si bien me permite pensar y leer, esperarlo me desespera. Sumarle a eso la necesidad de disponer de monedas, los sacudones que nos prodigan los choferes y el coctel termina siendo desalentador.
La idea de la bici me vino a partir de uno de los gratos momentos que me permitió mi trabajo en estos 11 años: un viaje a Holanda. Allí, la bici es moneda corriente (y esto no es novedad). Para muestra, vean el estacionamiento de bicicletas de la Central Station de Amsterdam.
Sinceramente, al salir del asombro que me provocó el número de bicis apiladas, mi próximo paso fué una investigación típica de argentino: comprobar si todas estaban atadas. Y sí lo están. Se vé que los amigos de lo ajeno trabajan en todos los mundos. Resulta curioso, además, ver a las mujeres bien arregladas y maquilladas, y a los hombres en esos trajes de corte italiano y zapatos con puntas cuadradas en sus desvencijadas bicicletas de paseo estilo inglesa. Y pueden circular tranquilos ya que todas las ciudades cuentan con bicisendas bien delimitadas que nadie puede invadir (si sos peatón y se te ocurre caminar por ahí te podés comer una multa, amén de los bocinazos -de esas clásicas como las que tocan las chicas del video de abajo- que te encajan los holandos en 2 ruedas).
La cosa es que tenía ganas de una opción más económica, ecológica y saludable para transportarme (sin caer en el extremo de la caminata) y hoy me dí el gusto.
Debo decir que la vuelta de Puente Saavedra a casa la hice por adentro (no me animé a Cabildo) y descubrí que las calles son más seguras de lo que pensaba (por lo menos los autos no te pasan tan cerca como me parecía desde el otro lado -en mi rol de motorista-).
La sensación de felicidad fue inconmensurable. El viento en la cara, los recuerdos de la niñez y la adolescencia, la libertad para desplazarme.
Andando, recordé una canción que siempre subestimé. Llegué a casa y la busqué. Encontré identificación inmediata. En estos momentos no me importa nada más, solo quiero andar en mi bici (además de cierta concordancia en el gusto por la generosidad de las redondeces femeninas).
Chau, me voy pedaleando y tarareando ... "I want to ride my bicycle, I want to ride my bike"