26 de noviembre de 2015

Dicen que quienes, buscando conocer la misteriosa totalidad del universo, observan la luz de una estrella, están realmente viajando en el tiempo.
La lentitud de la instantaneidad de la luz ofrece la posibilidad de un tour por hechos acontecidos miles de años atrás. Ser protagonista en el presente de lo ocurrido en el pasado.
Se produce algo mágico: cuánto más nos acerquemos a la fuente, más cerca estaremos del presente, ese que veremos a simple vista recién en el futuro. Un telescopio se convierte en  un DeLorean.
Y esto se replica en esta tierra y en todas las tierras distribuidas en la eternidad.
Así, la luz que salió un día, un instante, de una estrella, viajará buscando un límite infinito a perpetuidad, escapando de la muerte -pero no de la entropía (¿Se degrada la energía en el vacío? ¿o es la materia eterna en el espacio?)-.
De la misma forma, entonces, todo hecho acontecido se volverá eterno, ya que será instante a medida que avance siguiendo la estela de la explosión primigenia.
A quién le sirva de consuelo, bienvenida sea esta retorcida búsqueda de pretensión de eternidad.
A los negados o escépticos, bienaventurados, porque de ellos es el goce del instante despreocupado del voyerismo del Eternauta.
Vaciando de remordimientos la conciencia, tomó lo que quedaba de orgullo, cerró la puerta y salió a desafiar al destino, que le tenía negado el beneficio de la felicidad.
Bajó por  Cabildo en un 152 repleto que manejaba un pibe conocido del barrio, a quien no saludó por prurito ignorante.
Tocó el timbre en la esquina de Alto Palermo, en pleno apogeo de una granizada típica del estío.
Bajó presuroso ni bien se abrieron las puertas centrales.
Las zapatillas de suela lisa fue un error de selección de vestuario, además de único recurso disponible.
El piso ya estaba tapizado por el hielo. El resbalón no fue fortuito ni accidental, como sí pudo serlo el cabezazo seco al cordón.
El destino, terco e inmutable del arrojo y valentía repentina, le mantuvo negado el beneficio de la felicidad, aunque alguno piense que ahora lo haya alcanzado.
Por mi parte, pienso que solo ganó un chichón más, para complicarle la tarea a los gusanos.
Penando quebrantos de ecos inertes, dejé la cueva a conquista de mares.
Llegué donde siempre… lejos de lo anterior, bien cerca mío.
Soy lo que tengo, lo que pienso y hago con ello: aquí o allá; antes, ahora o mañana.
Y si he de morir -como se espera que suceda- que así sea.
Lo que he vivido lo he gozado; lo que pudo ser, fue a partir de imaginarlo.
Los sentidos están sobrevalorados.
Vivo en un mundo ideal, que construyo sin recursos ni esfuerzo, con solo entrecerrar los ojos y dejar que el sol me acaricia la frente.
La calle desierta anuncia la siesta.
El sol hace cantar las chapas del tinglado.
Bajo un sauce, un galgo sarnoso se rasca hasta lastimarse, aún más, la vívida carne.
A lo lejos se oye el paso fantasmal de un tipo disfrazado de albañil en una motito destartalada.
La avenida parece estar atravesada por un arroyo a la altura del semáforo que da a la circunvalación.
Cuando nada va a ocurrir, llega la camioneta del viajante de Arcor a la casa de la kiosquera. No lo deja justo enfrente, no. No lo deja frente al kiosco, ubicado a una cuadra, tampoco. Estaciona en la otra esquina, casi a la vuelta, bajo un palo borracho de tronco gordo.
¿Justo ahora que Rubén está haciendo horario corrido en la fábrica?
¿Justo ahora que el kiosco está cerrado hasta las 3?
Nadie lo ve, lo escuda la siesta. Salvo la vieja Clotilde, que oficia de vigía del barrio detrás de la cortina y las pocas hendijas que muestra la persiana de la ventana del cuarto.
El tipo se baja presuroso. Parece secarse la traspiración de la nuca y la frente, acomodarse la camisa dentro del pantalón y arrancar a paso firme pero sigiloso hacia el porch de la casa de Viviana.
No hace falta tocar timbre. La puerta se abre lo justo para que el tipo pueda entrar. La mujer se asoma un poco para ver que nadie se haya percatado de la situación. Se puede entrever que está vestida de manera más liviana que lo habitual. Puede argumentarse que es por el calor que azota este enero.
Clotilde no se anda con vueltas. Para ella, la cosa es en blanco o negro: acá hay pata de lana. Siempre sospechó que la kiosquera era ligerita. Siempre le daba una sonrisa de más a los tipos casados, siempre descuidaba un poco el escote de las blusas cuando se agachaba a buscar caramelos, siempre se le subía por accidente la pollera al ponerse en puntas de pie a buscar los cigarrillos.
Y esos hijos que tiene, esos que ahora están en la colonia, son demasiado rubios para una pareja tan castaña (Rubén es tirando a gaucho, morocho-morocho).
Media hora pasa.
En la mente de Clotilde no pasa el kamasutra, porque ella nunca pasó del misionero. Pero se imagina un revuelo importante de sábanas y pelos.
De pronto, de manera inesperada, se ve llegar la bicicleta de Rubén ¡la que se va a armar!
Ni llave necesita, la puerta está abierta.
Clotilde se asusta. ¿Llamo a la policía?
Cinco eternos minutos pasan hasta que llega el colectivo con los chicos de la colonia.
Bajan los dos rubios. No necesitan tocar el timbre, la puerta está abierta.
¡Esto es demasiado! Los pobres chicos van a ver la pelea, los gritos ... ¡qué situación incómoda! ¡qué desfachatés de mujer, generar este clima en su familia!
A las tres en punto sale Viviana. Tan suelta de ropa como cuando hizo entrar al viajante. El tipo sale con ella. Se van al kiosco.
Clotilde no puede más de indignación. ¡Qué negro boludo este Rubén! ¡Cornudo consiente! ¡Qué paparulo, por favor! Si yo hacía eso, mi Carlos me bajaba la dentadura de un sopapo. ¡Y mirá que tenía mano grande el Carlos! ¡Si la habré sentido!
No por nada le dije que no al verdulero, no por nada solo le dejé que me tocar a el culo el carnicero. No sea cosa de darles motivos a las chusmas del barrio para que le vayan con cuentos a Carlos y me faje de lo lindo.
Pero esta chirusa no se la va a llevar de arriba.
Esta tarde, cuando me cruce a tomar unos mates con ellos, le cuento todo a Rubén. Le abro los ojos. No sea cosa que se entere por la chusma del barrio.

17 de agosto de 2010

Vacaciones Permanentes

Finalmente soy un desocupado más.
El viernes 13 puse fin a 12 años de relación con Philips Argentina. 
Me despedí con un mail que decía así:

No viene mal, de vez en cuando, quemar el rancho (para no morir de viejo)

Estimados colegas y amigos,

Luego de algo más de 12 años dejo Philips para aventurarme hacia lo desconocido.
(Lo que viene es cursilería) Al igual que los primeros conquistadores que salieron a la mar, dejando el cómodo suelo, me armé de valor y parto en búsqueda de otros horizontes, de nuevos desafíos, porque comprendí que el crecimiento implica cambios que debemos generar y autogestionar.

Me mueve el afán de crecer como líder. Porque, por definición, un líder es alguien que tiene seguidores. Y el primer seguidor debe ser uno mismo.
Hacia fines del año pasado me dí cuenta que yo no sería seguidor de mí mismo. No era bueno el estilo de vida que estaba siguiendo.
Me voy buscando atraer a aquellos que más deseo que sean mis seguidores, aquellos a quienes más quiero guiar en la vida: mis hijos y esposa.

En esta despedida no tengo más que agradecimientos hacia Philips. A la empresa y a la gente que la hace día a día. Conocí individualidades entrañables, me llevo cientos de conocidos, una pila así grandota de aprendizajes, consejos y experiencias.
Le debo a la organización toda mi formación profesional y la posibilidad de viajar y conocer otros países. Me llevo sus valores que comparto como propios: el desarrollo de las personas, el logro cumplimiento de los compromisos, el trabajo en equipo y la satisfacción al cliente.
No obstante, creo haber saldado deudas. He dado todo de mí, con responsabilidad, pasión (a veces en exceso), dedicación y vocación de servicio.

No me llevo mi celu, así que olviden el 15-4171-2565. No los atenderé allí. Pero, en un mundo hiperconectado, las posibilidades de encontrarme no son pocas: estoy en Linkedin, Facebook, Twitter y/o en mi mail particular (xisusg@gmail.com). Eventualmente, me podrán encontrar en el 15-3450-9154. Si contesta una voz demasiado prepuber, no es que rejuvenecí con el parate, seguramente será mi hijo quien los atienda.

Les deseo lo mejor en sus vidas. No olviden sus prioridades -nunca acepten al trabajo como primera opción-. Y (consejo viejo, pero valedero) no olviden usar protector solar.

Abrazos

Jesús


Para aquel despistado que cayó por acá en oportunidad anterior, reconocerá que he repetido conceptos y frases aquí vertidas. Es que no quería derrochar la poca creatividad que me queda.
Al texto se sumaron más de 40 respuestas escritas -y muchas más presenciales- con buenos augurios, salutaciones, felicitaciones y agradecimientos.
Me retiré emocionado con las manifestaciones de cariño y reconfortado con el saber de haber dejado una pequeña huella que durará algo más de una marea.

Ahora estoy en verdadero trance, esperando una nueva oportunidad laboral que incluya, en lo posible, un crecimiento profesional. Creo que es posible.

La idea del retorno a los pagos sigue vigente, pero no de manera permanente. Estamos evaluando hacer algo allí, de manera de ir cada fin de semana. También tengo la certeza que será posible.

Por el momento, vacaciones indeterminadas (o permanentes en el cortísimo plazo).
¿Y qué tema poner? Los viejitos dirán: Aerosmith, los más jóvenes -no demasiado- se acordarán de Attaque, los indies harán mención de REM. Algún cinéfilo me hablará de Jim Jarmusch. Bue, hay para todos los gustos.

Saludos