
Viendo la carrera de F1 en Mónaco, me dí cuenta que nunca voy a poder vivir la experiencia de ser un piloto de F1, ni de andar a los pedos por el principado. Luego lo escuché al Gato Gaudio contando su triunfo en Roland Garros, hace ya 5 años. Y comprendí que nunca sabré que se siente levantar ese trofeo -ni la orejona de la Champion, ni la Libertadores, ni vivenciar lo que el Diego en el 86-. No se me pararán lo pelitos del tuje viendo la Tierra desde el espacio, unido al Transbordador por una sonda. Difícilmente escucharé millones de aplausos al terminar de hablar desde un estrado, o al terminar un solo de guitarra. Y como esas, miles de experiencias fuertes que nunca viviré (y caigo en Sabina y su Pirata Cojo). Entonces me puse a pensar que para llegar a eso hay parte de planificación y parte de buena fortuna. Pero me quedo con lo controlable, con la planificación. ¿Cómo se llega a ser un tipo fuera de lo común? Eso viene de chico. Hay que tener un sueño, convertirlo en obsesión y trabajar para ello. Soñar, todos soñamos. ¿Qué nos falta, ser obsesivos o ser emprendedores? No hablemos del don. Porque debe haber miles de personas superdotadas, pero es probable que ni lo sepan porque nunca tuvieron el sueño de hacer algo donde ese don tenga mucho que ver. Me imagino abuelas que hoy barren la vereda con una zurda prodigiosa como la de Messi, torneros de anteojos con una muñeca diga de top ten de la ATP. Sino, miren a la Susan Boyle. 47 años, solterona, vida común y corriente y recién se da cuenta que tiene mejor voz que muchas pibitas despechugadas que aparecen en MTV y ganan millones. Y acá paro. Cuando digo VIDA COMÚN. ¿Queremos ser una superestrella? Me acordé de Manal y ese disco maravilloso de comienzo de los 70, con canciones como No pibe, Jugo de tomate, Para ser un hombre más, Una casa con diez pinos, etc. Un canto a la cotidianeidad. Un reniegue del divismo. Pero vuelvo al comienzo. La vida es una sucesión de experiencias (vivencias). ¿Qué experiencias queremos vivir? ¿Qué hacemos para vivirlas? Cada día igual nos aleja más de lo extraordinario. ¿Son esos hechos únicos más intensos que los podemos vivir muchos de nosotros (léase: casarse, tener un hijo/a, besar a la persona amada)? De lo que tengo algo más de certeza (o convicción) es que solo lo sabremos deteniendo la pelota, pensando en qué queremos y cómo haremos para obtenerlo. Y eso solo sucede a partir de un descontento, cuando salimos (o nos sacan) de la zona de confort. Pero si estamos cómodos en esa zona de confort (ámbito que conocemos, que nos mantiene al resguardo, seguros, calentitos y bien alimentados) ¿para qué salir? ¿Porque siempre se puede estar mejor? ¿Hasta donde buscar la mejora? ¿Cuánto tiempo se puede disfrutar de lo obtenido? Dependerá de cada uno, pero ¿puede haber una regla universal? ¿Sabemos para qué hacemos lo que hacemos? ¿Es lo que queremos hacer? ¿Lo hacemos para obtener lo que verdaderamente queremos obtener? Proceso de construcción de sentido se llama ese ejercicio reflexivo que nos aleja de la angustia. Y se hace hablando, escribiendo, pintando. Yo, por lo pronto, uso este medio. Y lo digo: estoy satisfecho de lo vivido hasta ahora. Y quiero seguir siendo un tipo común. Solo espero llegar a tener mi casa propia y, para eso, trabajo fuerte, me capacito y pretendo alcanzar un salario que me permita cumplir mi objetivo, mientras disfruto de mi esposa, mis hijos y mi perro. ¿Y vos?