26 de mayo de 2009

Nunca voy a ser un superhombre


Viendo la carrera de F1 en Mónaco, me dí cuenta que nunca voy a poder vivir la experiencia de ser un piloto de F1, ni de andar a los pedos por el principado. Luego lo escuché al Gato Gaudio contando su triunfo en Roland Garros, hace ya 5 años. Y comprendí que nunca sabré que se siente levantar ese trofeo -ni la orejona de la Champion, ni la Libertadores, ni vivenciar lo que el Diego en el 86-. No se me pararán lo pelitos del tuje viendo la Tierra desde el espacio, unido al Transbordador por una sonda. Difícilmente escucharé millones de aplausos al terminar de hablar desde un estrado, o al terminar un solo de guitarra. Y como esas, miles de experiencias fuertes que nunca viviré (y caigo en Sabina y su Pirata Cojo). Entonces me puse a pensar que para llegar a eso hay parte de planificación y parte de buena fortuna. Pero me quedo con lo controlable, con la planificación. ¿Cómo se llega a ser un tipo fuera de lo común? Eso viene de chico. Hay que tener un sueño, convertirlo en obsesión y trabajar para ello. Soñar, todos soñamos. ¿Qué nos falta, ser obsesivos o ser emprendedores? No hablemos del don. Porque debe haber miles de personas superdotadas, pero es probable que ni lo sepan porque nunca tuvieron el sueño de hacer algo donde ese don tenga mucho que ver. Me imagino abuelas que hoy barren la vereda con una zurda prodigiosa como la de Messi, torneros de anteojos con una muñeca diga de top ten de la ATP. Sino, miren a la Susan Boyle. 47 años, solterona, vida común y corriente y recién se da cuenta que tiene mejor voz que muchas pibitas despechugadas que aparecen en MTV y ganan millones. Y acá paro. Cuando digo VIDA COMÚN. ¿Queremos ser una superestrella? Me acordé de Manal y ese disco maravilloso de comienzo de los 70, con canciones como No pibe, Jugo de tomate, Para ser un hombre más, Una casa con diez pinos, etc. Un canto a la cotidianeidad. Un reniegue del divismo. Pero vuelvo al comienzo. La vida es una sucesión de experiencias (vivencias). ¿Qué experiencias queremos vivir? ¿Qué hacemos para vivirlas? Cada día igual nos aleja más de lo extraordinario. ¿Son esos hechos únicos más intensos que los podemos vivir muchos de nosotros (léase: casarse, tener un hijo/a, besar a la persona amada)? De lo que tengo algo más de certeza (o convicción) es que solo lo sabremos deteniendo la pelota, pensando en qué queremos y cómo haremos para obtenerlo. Y eso solo sucede a partir de un descontento, cuando salimos (o nos sacan) de la zona de confort. Pero si estamos cómodos en esa zona de confort (ámbito que conocemos, que nos mantiene al resguardo, seguros, calentitos y bien alimentados) ¿para qué salir? ¿Porque siempre se puede estar mejor? ¿Hasta donde buscar la mejora? ¿Cuánto tiempo se puede disfrutar de lo obtenido? Dependerá de cada uno, pero ¿puede haber una regla universal? ¿Sabemos para qué hacemos lo que hacemos? ¿Es lo que queremos hacer? ¿Lo hacemos para obtener lo que verdaderamente queremos obtener? Proceso de construcción de sentido se llama ese ejercicio reflexivo que nos aleja de la angustia. Y se hace hablando, escribiendo, pintando. Yo, por lo pronto, uso este medio. Y lo digo: estoy satisfecho de lo vivido hasta ahora. Y quiero seguir siendo un tipo común. Solo espero llegar a tener mi casa propia y, para eso, trabajo fuerte, me capacito y pretendo alcanzar un salario que me permita cumplir mi objetivo, mientras disfruto de mi esposa, mis hijos y mi perro. ¿Y vos?

8 de mayo de 2009

La culpa es de Fidel


El viernes pasado, Día Internacional del Trabajo -raro que sea Internacional aunque no se celebre en EEUU (vieron que si un equipo gana su torneo nacional de beisbol son Campeones Mundiales, o si ganan el anillo de la NBA son Campeones mundiales)- , trabajé 18 horas (de 9 de la mañana a 3 de la madrugada del día 2).
Mientras eso ocurría, un día precioso se desarrollaba afuera, mis nenes y mi esposa disfrutaban de la plaza, la gente salía a pasear o simplemente a descansar. Solo quedaba el consuelo que no era sábado y aun quedaban 2 días para pasar en familia y desparramarse en el sillón.
Paradojas varias para este día: 1- la antedicha: que no se celebre en EEUU, cuando allí se llevó a cabo la protesta que culminó en tragedia y que desembocara en el pedido mundial por una jornada laboral de 8 horas. 2- que, justamente, haya yo trabajado, y el doble de las 8 horas reclamadas y obtenidas 120 años atrás.
Eso me pasa por trabajar en una multinacional que, aunque europea (los europeos son más proclives a la centro izquierda -salvo excepciones: Merkel, Sarkozy, Berlusconi-), cotiza en NY y esté obsesionada con brindarle cada vez más a esos seres supremos, insaciables y anónimos -por seguridad e impunidad-, conocidos como Los Accionistas.
La sensación de esclavitud y explotación me llevó a defenestrar por un buen rato a la sociedad de consumo actual (lo mismo me ocurre cuando paso por barrios bien -o lo veo a Carlos Slim en las revistas- y me pregunto ¿porqué algunos tantos y otros tan poco? ¿porqué es tan injusta la repartija? ¿para qué un crestiano quiere amarrocar tantos billetes?).
Así estaba yo. Desvelado y con la confusión mental que produce la falta de sueño y el cansacio, creyendo sostener un ladrillo en una mano, una antorcha en otra y la vidriera de un McDonalds frente a mis ojos, en plan AnarcoSocialista y con ganas de iniciar la revolución bolchevique, o asustar a los testaferros del poder, por lo menos.
Esto último me recordó la película Los Edukadores. La recordaba con una sonrisa cómplice, cuando recordé también una frase que pronuncia el ex participante del mayo francés, aburguesado y devenido en CEO (como el personaje de la canción de Sabina "El muro de Berlín"): “ser de izquierda después de los 30 es no tener cerebro y no serlo antes de los 30 es no tener corazón”.
En ese instante me desperté del letargo, casi cuando estaba por tragarme el camión de la basura, y me sinceré: yo elegí estar en un mundo capitalista y rendir pleistecía al señor billete. Me guste o no.
Llegué a casa de madrugada, con las luces apagadas y la familia en el decimotercer sueño. Me recibió la bestia peluda, con ganas de caminar un poco. Lo saqué. Caminaba por Cabildo (vacía, hermosa) junto al animal y elaboré la siguiente listita:

Cosas que no me gustan del capitalismo (y/o sus consecuencias)
- La desigualdad social
- El egoismo
- La explotación
- El deterioro del medio ambiente
- La presión por el Éxito

Cosas que me gustan del capitalismo
- El confort


Y con esto siempre vuelvo al final de Trainspotting:

"Entonces porque hice esto?
Puedo ofrecer un millón de respuestas, todas falsas.
La verdad es que soy una mala persona
Pero eso va a cambiar. Yo voy a cambiar.
Esta es la ultima de una serie de cosas.
Ahora estoy limpio, y estoy en movimiento.
Voy recto y eligiendo la vida.
La estoy eligiendo ya.
Seré como tu.
El trabajo, la familia, el jodido televisor grande...
la lavadora, el auto, el equipo de CD y el abrelatas electrico...
buena salud, colesterol bajo, seguro dental...
hipotecas, primera casa, ropa deportiva, maletas...
traje de tres piezas, bricolaje, teleconcursos, comida basura, niños...
caminatas en el parque, nueve-a-cinco, bueno en el golf...
lavando el auto, eligiendo el suéter, navidades familiares...
pensión, excepción de impuestos, limpiar el desagüe.
comprando, mirando al futuro, el día que mueras".

Y solo me queda retumbando el "Seré como tu". Porque eso me suena a Gente Común. Y eso me suena a Pulp, gente poco conforme que nos devuelve el espíritu cuestionador, desde un pop bailable y pegadizo.
Y me quedo pensando ¿Porqué ser socio de esta sociedad? ¿Porqué ser cómplice de esta injusticia? Y, finalmente ¿Qué otra opción tengo? (o ¿qué otra opción quiero tener?).