26 de noviembre de 2015

Dicen que quienes, buscando conocer la misteriosa totalidad del universo, observan la luz de una estrella, están realmente viajando en el tiempo.
La lentitud de la instantaneidad de la luz ofrece la posibilidad de un tour por hechos acontecidos miles de años atrás. Ser protagonista en el presente de lo ocurrido en el pasado.
Se produce algo mágico: cuánto más nos acerquemos a la fuente, más cerca estaremos del presente, ese que veremos a simple vista recién en el futuro. Un telescopio se convierte en  un DeLorean.
Y esto se replica en esta tierra y en todas las tierras distribuidas en la eternidad.
Así, la luz que salió un día, un instante, de una estrella, viajará buscando un límite infinito a perpetuidad, escapando de la muerte -pero no de la entropía (¿Se degrada la energía en el vacío? ¿o es la materia eterna en el espacio?)-.
De la misma forma, entonces, todo hecho acontecido se volverá eterno, ya que será instante a medida que avance siguiendo la estela de la explosión primigenia.
A quién le sirva de consuelo, bienvenida sea esta retorcida búsqueda de pretensión de eternidad.
A los negados o escépticos, bienaventurados, porque de ellos es el goce del instante despreocupado del voyerismo del Eternauta.

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