26 de noviembre de 2015

Vaciando de remordimientos la conciencia, tomó lo que quedaba de orgullo, cerró la puerta y salió a desafiar al destino, que le tenía negado el beneficio de la felicidad.
Bajó por  Cabildo en un 152 repleto que manejaba un pibe conocido del barrio, a quien no saludó por prurito ignorante.
Tocó el timbre en la esquina de Alto Palermo, en pleno apogeo de una granizada típica del estío.
Bajó presuroso ni bien se abrieron las puertas centrales.
Las zapatillas de suela lisa fue un error de selección de vestuario, además de único recurso disponible.
El piso ya estaba tapizado por el hielo. El resbalón no fue fortuito ni accidental, como sí pudo serlo el cabezazo seco al cordón.
El destino, terco e inmutable del arrojo y valentía repentina, le mantuvo negado el beneficio de la felicidad, aunque alguno piense que ahora lo haya alcanzado.
Por mi parte, pienso que solo ganó un chichón más, para complicarle la tarea a los gusanos.

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